Los Bravú

Liminal Del 26 de mayo al 26 de junio 2022.

Nota de prensa y C.V.
Liminal. Los Bravú. Piso superior.
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Liminal. Los Bravú. Piso inferior.
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 Luz que viene del futuro


Decadencia. Renacimiento. Cómic. Italia. Roma, sobre todo Roma, ese punto de inflexión. Antes, lo rural. Siempre, lo silvestre: la fauna y la flora. Lo urbano y lo periurbano. Tribales y trap. La ironía. La melancolía. Piero della Francesca. La ingravidez, el sueño y la fantasía. Fra Angelico. El neoclásico. Aún más atrás: el arte clásico y los mitos griegos; también los romanos, claro. El mármol. Diana. Europa. Daniel Clowes. Simbiosis. La luz negra y la luz azul. Y, ahora, lo liminal

Esta nube de ideas y palabras se transforma todo el tiempo. Es una nube pasajera que transita feliz y ligera por un cielo claro al fondo de cualquier cuadro de Los Bravú; la amalgama que se reconoce en un primer acercamiento a su obra. 

Dea y Diego son dos pequeños recolectores de fantasía. Su periplo vital alimenta su imaginario, nutriéndose en primera instancia de su realidad inmediata, del barrio, de sus amigos, de las pelis, de aquel pueblo y de aquel tractor, de aquel museo; pero también de sus viajes, de internet, de los libros, de aquellas noches, de aquellas mañanas y de todos los mundos que aún no han llegado a descubrir pero que ya han imaginado. En ocasiones, tengo la sensación de que se adelantan un poco a su tiempo. Tantas veces se han anticipado a ciertas modas que incluso llego a pensar que ellos son el cambio mismo. Su mirada, desde esa singularidad tan natural, tiene algo de visionaria. Les observo y les veo jugar —experimentar— con espontaneidad con lo que les rodea. Su motivación es el placer de explorar, de cambiar; hacen de la prueba y el error un credo obligado y así evolucionan todo el tiempo, divirtiéndose, inmersos en una disciplina de trabajo admirable y llegando a lugares que nosotros aún ni siquiera hemos imaginado. 

Sin quererlo del todo, se adelantan tanto que el umbral entre lo contemporáneo y lo moderno —o más bien lo posmoderno— se diluye en su pintura, pero antes en su personalidad. Porque lo novedoso son ellos mismos, su mirada y su pensamiento, que luego plasman, a través de lo figurativo, en un complejo sistema de símbolos y referencias del que subyace un discurso inteligente y divertido. Y es ahí donde reside lo innovador de su obra: de la lectura de toda esa simbología más o menos evidente —más o menos críptica— surge un discurso original, pertinente y radicalmente conectado al tiempo que les ha tocado vivir. Ese discurso tiene algo de oráculo juvenil y mucho de crítica social: este mundo que habitamos ha sido devastado y hemos sido dañados, ahora somos —son— seres frágiles que flotan en la atmósfera evanescente de un mediodía infinito. 

Los Bravú son capaces de capturar la luz oscura que emana de este tiempo crepuscular para devolvérnosla filtrada, reformulada en una gama de colores eléctrica y suave. A veces, sus tonalidades son imposibles, tan irreales, tan seductoras, tan en esa atractiva simbiosis de lo natural y lo artificial. Sus personajes, jóvenes sin edad, con la mirada perdida, andróginos como los ángeles de Bouguereau o de Rafael, se insinúan en una constelación surrealista de significantes que gravitan aleatoriamente permitiéndonos establecer nuestras propias interpretaciones entre significante y significado. Hay en su empleo de la semántica algo del lenguaje meme que viene de su paso por el cómic e, inevitablemente, redunda en una estética pop. Sus personajes son de una contemporaneidad muy consciente, y ahí sí les delata su gusto por una estética propia en la que se recrean, “una cierta coquetería”, como ya dijo Lardín. 

Pero, a pesar de ese apariencia tan consciente, tan onírica, tan ecléctica, sus pinturas resisten al escrutinio de lo kitsch y, lejos de eso, revelan un aspecto documental, están radicalmente conectadas a su tiempo. Decir que son un permanente retrato generacional sería tópico y se quedaría corto porque, en realidad, hay mucho más. Cualquiera de sus imágenes es siempre una invitación a nuestra imaginación para adentrarnos en su mundo y explorar el fuera de cuadro cabalgando a lomos de un caballo volador. Es entonces cuando te dejas ir en esa ensoñación, cuando te das cuenta de que estás atravesando todo un metaverso analógico. Ese mundo que proponen es una versión paralela de nuestro propio mundo, el que compartimos con ellos; una versión lánguida y decadente, pero encantadora, de nuestra propia realidad.

En la pintura de Los Bravú, la naturaleza es transitoria, los objetos parecen estar a punto de transformarse del estado sólido, tangible, a una eternidad gaseosa, como esa nube pasajera de ideas y atributos. Supongo que por eso les gusta el concepto liminal: porque ellos mismos están siempre en el umbral de las cosas, en metamorfosis constante. Son esto y aquello en lo que estaban hace una semana, pero también lo que está por venir. Hoy pintan caballos gigantes, mañana quién sabe qué harán. 

 Los Bravú son la luz que viene del futuro. 

Pela del Álamo



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